SACRAMENTO DE PENITENCIA Y RECONCILIACIÓN

“Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados, a quienes se los retengáis les quedan retenidos.” Jn. 20, 22-23.

El Señor Jesucristo, médico de nuestras almas y de nuestros cuerpos, que perdonó los pecados al paralítico y le devolvió la salud del cuerpo, quiso que su Iglesia continuase, con la fuerza del Espíritu Santo, su obra de curación y de salvación. Esta es la finalidad de los sacramentos de curación: el Sacramento de la Penitencia y el de la Unción de los enfermos.
En la tarde de Pascua, el Señor Jesús se mostró a sus apóstoles y les dijo: El perdón de los pecados cometidos después del Bautismo es concedido por un sacramento propio llamado sacramento de la conversión, de la confesión, de la penitencia o de la reconciliación.

Es llamado Sacramento de la confesión por lo que la declaración de los pecados ante el sacerdote, es esencial en este sacramento. En un sentido Profundo este sacramento es también una confesión, reconocimiento de la santidad de Dios y su misericordia para con el hombre pecador.

Se denomina Sacramento de conversión porque:

  • Realiza sacramentalmente la llamada de Jesús a la conversión (Mc. 1-15), la vuelta al Padre, de quien el hombre se había alejado por el pecado. (Lc. 15, 18).
  • Consagra un proceso personal y eclesial de conversión, de arrepentimiento y de preparación por parte del cristiano pecador.

Se llama también sacramento del perdón porque, por la absolución sacramental del sacerdote, Dios concede al penitente el perdón y la paz.

Se le denomina sacramento de la reconciliación porque otorga al pecador, el amor de Dios que reconcilia (2ª. Co. 5, 20) (Mt. 5, 24).
Quien peca lesiona el honor de Dios y su amor, su propia dignidad de hombre llamado a ser hijo de Dios, y el bien espiritual de la Iglesia, de la que cada cristiano debe ser una piedra viva.

A los ojos de la fe, ningún mal es más grave que el pecado y nada tiene peores consecuencias para los pecadores mismos, para la Iglesia y para el mundo entero.

El movimiento de retorno a Dios llamado conversión y arrepentimiento, implica el dolor y una aversión a los pecados cometidos, y el propósito de no volver a pecar. La conversión por tanto, mira al pasado y el futuro, se nutre de la esperanza en la misericordia divina.

El Sacramento de la penitencia está constituido por tres actos realizados por el penitente:

  • Arrepentimiento.
  • Confesión o manifestación de los pecados al sacerdote.
  • Propósito de realizar la reparación y las obras de penitencia.

El que quiere obtener la reconciliación con Dios y con la Iglesia, debe confesar al sacerdote todos los pecados graves que no haya confesado aún y de los que se acuerda tras examinar cuidadosamente su conciencia. Sin ser necesaria, la confesión de las faltas veniales esta recomendada por la Iglesia.
El confesor impone al penitente el cumplimiento de ciertos actos de “penitencia” o “satisfacción” para reparar el daño causado por el pecado.
Solo los sacerdotes, que han recibido de la autoridad de la Iglesia la facultad para absolver, pueden perdonar los pecados en nombre de Cristo.

Los efectos espirituales del Sacramento de la penitencia son:

  • La reconciliación con Dios por la que el penitente recupera la gracia.
  • La reconciliación con la Iglesia.
  • La remisión de la pena eterna contraída por los pecados mortales.
  • La remisión, al menos en parte, de las penas temporales, consecuencia del pecado.
  • La paz y la serenidad de la conciencia y el consuelo espiritual.
  • El acrecentamiento de las fuerzas espirituales para el combate cristiano.

Convirtiéndonos a Cristo por la penitencia y la fe, el pecador pasa de la muerte a la vida y no incurre en juicio. (Jn. 5, 24)