SACRAMENTO DE LA ORDENACIÓN SACERDOTAL
“Te recomiendo que reavives el carisma de Dios que está en ti por la imposición de mis manos.” 2 Tm. 1, 6.
“El motivo de haberte dejado en Creta, fue para que acabaras de organizar lo que faltaba y establecieras presbíteros en la ciudad, como yo te ordené.” Tito 1,5.
Por el bautismo, todos los fieles participan del sacerdocio de Cristo. Esta participación se llama “sacerdocio común de los fieles”. A partir de este sacerdocio y al servicio del mismo existe otra participación en la misión de Cristo: la del ministerio conferido por el sacramento del orden, cuya tarea es servir en nombre y en representación de Cristo Cabeza en medio de la comunidad.
El sacerdocio ministerial difiere esencialmente del sacerdocio común de los fieles en que confiere un poder sagrado para el servicio de los fieles. Los ministros ordenados ejercen su servicio en el pueblo de Dios mediante la enseñanza, el culto divino y por el gobierno pastoral.
Desde los orígenes, el ministerio ordenado fue conferido y ejercido en tres grados:
- el de los obispos,
- el de los presbíteros y
- el de los diáconos.
Los ministerios conferidos por la ordenación son insustituibles para la estructura orgánica de la Iglesia.
El sacramento del Orden es conferido por la imposición de las manos seguida de una oración consecretoria solemne que pide a Dios para el ordenando las gracias del Espíritu Santo requeridas para su ministerio.
La ordenación imprime un carácter sacramental indeleble. La Iglesia confiere el sacramento del Orden únicamente a varones bautizados, cuyas aptitudes para el ejercicio del ministerio han sido debidamente reconocidas.
En la Iglesia latina, el sacramento del Orden para el presbiterado solo es conferido ordinariamente a candidatos que están dispuestos a abrazar libremente el celibato y que manifiestan públicamente su voluntad de guardarlo por amor del Reino de Dios y el servicio de los hombres.
Corresponde a los Obispos conferir el sacramento del Orden en los tres grados.
El sacramento del Orden confiere un carácter espiritual indeleble y no puede ser retirado ni ser conferido para un tiempo determinado. Como toda gracia, el sacramento solo puede ser recibido como un don inmerecido.